ROCOCÓ



Angélica Porras Pimentel


Durante el reinado de Luis XV, la vida de la corte se desarrolla en el palacio de Versalles, extendiendo el cambio artístico del palacio real y permite su difusión a toda la alta sociedad francesa. La delicadeza y la alegría de los motivos rococó han sido vistos a menudo como una reacción a los excesos del régimen de Luis XIV.

Si lo Barroco estaba al servicio del poder absolutista, el Rococó está al servicio de la aristocracia y la burguesía. El artista pasa a trabajar con más libertad y se expande el mercado del arte. El rococó se presenta como un arte al servicio de la comodidad, el lujo y la fiesta. Las escenas de su pintura recogen este nuevo estilo de vida.

Con respecto a la vertiente social, se inicia un cambio en el papel de la mujer, que se convierte en organizadora de reuniones para hablar de literatura, política, juegos de ingenio o para bailar. Este entorno de alta actividad social dentro de la alta burguesía es el lugar adecuado para que los artistas se promocionen y hagan clientes. Los motivos del Rococó buscan reproducir el sentimiento típico de la vida aristocrática, libre de preocupaciones, o de novela ligera, más que batallas heroicas o figuras religiosas.

Interior de estilo rococó del palacio de Gatchina, cerca de San Petersburgo, en Rusia.


En el desarrollo y extensión del nuevo estilo dentro de la sociedad francesa, jugó un papel clave la influencia de Jeanne Antoinette Poisson, marquesa
El estilo Rococó nace en Francia a principios del siglo XVIII y se desarrolla durante los reinados de Luis XV y Luis XVI.
Ha sido considerado como la culminación del Barroco, sin embargo, es un estilo independiente que surge como reacción al barroco clásico impuesto por la corte de Luis XIV. El rococó a diferencia del barroco, se caracteriza por la opulencia, la elegancia y por el empleo de colores vivos, que contrastan con el pesimismo y la oscuridad del barroco.







Es un estilo aristocrático, revela el gusto por lo elegante, lo refinado, lo íntimo y lo delicado. Armoniza con la vida despreocupada y agradable que la sociedad ansía y se desentiende de cuestiones religiosas. Es un arte mundano, sin conexión con la religión, que trata temas de la vida diaria, no simboliza nada social ni espiritual, sólo superficialidad. Por todo esto se considera al Rococó un arte frívolo, exclusivo de la aristocracia.
Se difundió rápidamente por otros países europeos, sobre todo en Alemania y Austria y se seguirá desarrollando hasta la llegada del Neoclasicismo.


Pintura Rococó


Jean-Honoré Fragonard: El columpio, 1766.



La pintura rococó se desarrolló a lo largo del siglo XVIII por toda Europa partiendo de Francia, cuna de este estilo de origen aristocrático y se dividió en un principio en dos campos nítidamente diferenciados: como parte de la producción artística, es un documento visual intimista y despreocupado del modo de vida y de la concepción del mundo de las élites europeas del siglo XVIII, en tanto también como una adaptación de elementos constituyentes del estilo a la decoración monumental de las iglesias y palacios, sirvió como medio de glorificación de la fe y del poder civil. El estilo Rococó nació en París durante la regencia del duque de Orleáns, en la minoría de edad de Luis XV, como una reacción de la aristocracia francesa contra el Barroco suntuoso, palacial y solemnemente practicado en el período de Luis XIV. Se caracterizó por su índole hedonista y aristocrática y se manifestó en la delicadeza, elegancia, sensualidad y gracia, y en la preferencia de temas blandos y sentimentales, donde las líneas curvas, los colores claros y la asimetría jugaban un papel fundamental en la composición de la obra.
Desde Francia, tuvo un gran un auge y asumió sus características más típicas y donde más tarde sería reconocido como patrimonio nacional, el Rococó logró difundirse por toda Europa, alterando significativamente sus propósitos pero manteniendo el modelo francés apenas en su forma externa, con escuelas importantes en Alemania, Inglaterra, Austria e Italia, con alguna representación también en otros lugares, como la Península Ibérica, los países eslavos y nórdicos, llegando incluso hasta el continente americano.
En un principio, la Ilustración comenzó bajo la representación del Barroco; puesto que durante años, el estilo del clasicismo francés había dominado la creación de obras de los artistas. Los pintores representaron las costumbres y actitudes de una sociedad en busca de la felicidad, la alegría de vivir y de los placeres sensuales, los más representativos de esta etapa fueron François Boucher, Antoine Watteau y Jean-Honoré Fragonard, artistas que mezclaron en sus imágenes y trabajos lo lúdico y lo mundano de las imágenes, así como también lo galante de cada una de ellas. A pesar de su valor como obra de arte autónoma, la pintura del Rococó era concebida muchas veces como parte integrante de un concepto global de decoración de interiores.
A mediados del siglo XVIII, el Rococó comenzó a ser criticado por la nueva corriente neoclásica, la burguesía y la Ilustración y sobrevivió hasta la Revolución Francesa, cuando este movimiento cayó en descrédito completo, acusado de ser superficial, frívolo, inmoral y puramente decorativo. A partir de la década de 1830, volvió a ser calificado y reconocido como testimonio importante de una determinada fase de la cultura europea y del estilo de vida de un estatus social específico, y como un bien valioso por su mérito artístico único y propio, dando por consiguiente la planteación de cuestiones acerca de la estética que más tarde florecieron y se conviriteron en temáticas centrales del arte moderno.



Nicolas Lancret: La Tierra, c. 1730.


El Rococó se desarrolló a partir de la creciente libertad de pensamiento que nació en Francia durante el siglo XVIII.La muerte de Luis XIV en 1715 abrió el espacio para un flexibilización de la cultura francesa, hasta entonces fuertemente ceremonial y dominada por representaciones que objetivavan por encima de todo la alabanza del rey y de su poder y se manifestaban de forma grandilocuente y pomposa. La desaparición de la propia personificación del absolutismo propició a la nobleza recuperar parte del poder y la influencia hasta entonces centrada en la persona del monarca, se produjo el abandono de la corte de Versalles, moviéndose mucho de los nobles hacia sus propiedades ubicadas en el interior, en tanto otros se movían a sus mansiones en París, que se volvieron el centro de la «cultura de los salones», reuniones sociales sofisticadas, brillantes y hedonistas que acontecieron entre discusiones literarias y artísticas. Este fortalecimiento de la nobleza hizo que esta se convirtiera entonces en el principal mecenas.
En estos salones se formó la estética del Rococó, la cual varió del interés por la pintura histórica, que era el género anteriormente más prestigioso y que invocaba un sentido ético, cívico y heroico típicamente masculino, a la pintura de las escenas domésticas y campestres, o de alegorías amenas inspiradas en los mitos clásicos, donde muchos identificaban la prevalencia del universo femenino. En este sentido, tuvo un creciente impacto el papel desempeñado por las mujeres en la sociedad durante esta fase, se asumió una fuerza en la política en toda Europa y originó que se volviesen así generosas patronas de arte y formadoras de gusto, tal es el caso de la amantes reales Madame de Pompadour y Madame du Barry, de las emperatrices Catalina, la Grande y María Teresa de Austria, quienes organizaron varios salones importantes, al ejemplo de Madame Geoffrin, de Madame d'Épinay y de Madame de Lespinasse, entre muchas otras. Mientras tanto, en varios aspectos el Rococó es una simple continuación, o en realidad una culminación, de los valores del Barroco —el gusto por lo espléndido, por el movimiento y por la asimetría, la frecuente alusión a la mitología grecorromana, la inclinación emocional, la pretensión ostentatoria y el convencionalismo, con el fin de cumplir los criterios pre-establecidos y aceptados consensualmente.
La pintura del Rococó ilustra además, en su versión primeriza, la división social que desembocaría en la Revolución Francesa, y representa el último bastión simbólico de resistencia de una élite distante de los problemas y los intereses comunes del pueblo, la cual se veía cada vez más amanezada por la ascensión de la clase media, que se educaba y comenzaba a dominar la economía y ocupaba importantes sectores del mercado del arte y de la cultura en general. Con esto, se determinó un surgimiento paralelo de una corriente estilística más bien realista y austera, cuya temática era totalmente burguesa y popular, ejemplificada por artistas como Jean-Baptiste Greuze y Jean-Baptiste Chardin, y que fue virtualmente ignorada por el universo rococó, con pocas excepciones, pero que en última instancia terminarían por ser una de las causas del debacle a finales del siglo XVIII.


Jean-Baptiste Chardin: La lavandera, 1735. Un ejemplo de la corriente contemporánea más opuesta al Rococó.


Obra sín título; pero acuñada como La vendedora de camarones o La vendedora de quisquillas (ca. 1740-1745), de William Hogarth.








Otra contribución importante para la formulación de la estética del Rococó fue el establecimiento del concepto de «el arte por y para el arte» iniciado por Alexander Baumgarten en 1750 y profundizado por Kant en la década siguiente. Este afirmaba que el principal objetivo del arte era complacer, y no una utilidad, concibiendo la experiencia estética como surgimiento de la contemplación de la belleza de un objeto, y entendida como la estimulación sensual de los pensamientos indiferentes, desprovistos de utilidad o propósito y desviculados de lo moral. Para Kant, la belleza ideal no se declara completamente, sino que se encuentra constantemente suscitando ideas sin agotarlas. Así el significado no está en la determinación de un concepto cualquiera, sino en el diálogo incesante entre la imaginación y el entendimiento.
Por ello califica el arte como un «juego serio», viendo en este aspectos de la lucidez como la libertad o el desinterés. De esta forma el Rococó plantea definitivamente en el arte occidental la cuestión del esteticismo, aún con la ambigüedad que rodea su método representativo y sus principales objetivos, dejando en claro la convención primordial de que la pintura existe, existe tanto para un observador como para ser observada, pero trayendo consigo un grave problema para las generaciones futuras, según Stephen Melville, «decir que lo que le sucede a un espectador de una pintura es fundamentalmente diferente de lo que sucede a una persona que mira un fondo de pantalla o un paisaje por la ventana», elemento dialéctico que se volvería crucial para la discusión y validación moderna del arte en sí, así como su hacer y su entender y la autonomía misma de la estética, que aún no han sido resueltos satisfactoriamente.
Técnicamente la pintura rococó tuvo una mayor libertad de expresión a diferencia de la pintura barroca o académica. La pincelada es nítida y desarrollada, con la creación de texturas y de un efecto por veces similar a los cuadros impresionistas, dándole a muchas composiciones un aspecto de esbozo e inacabado, lo que dejaba al espectador con más eficiencia solicitando que él mentalmente completase lo que le había sido presentado esquemáticamente. Se niegan las especifidades realistas y la primacía de la línea, el espacio tiene su perspectiva acortada creando una ambientación más cerrada, los escenarios de fondo son más simplificados privilegiando el primer plano, y se buscan efectos sugestivos de la atmósfera. La representación del vestuario, a pesar de ello, tiende a ser lo bastante real como para exhibir la suntuosidad de la tela y la riqueza de las joyas y los ornamentos usados ​​por los modelos. El color, aspecto central en el Rococó, era la preocupación de los artistas y se convirtió en un problema extremadamente complejo. Los libros destinados a los aficionados y principiantes en aquellos tiempos, en vez de proporcionar instrucciones graduales sobre las combinaciones de colores primarios, saltaban directamente a esquemas de mezcla con decenas y decenas de gradaciones, y el refinamiento en esta área, en el nivel profesional, fue naturalmente mucho más acentuado, hasta el desarrollo de una simbología propia que implicara cada tipo de tono.

Embarque para la isla de Citera (c. 1718) de Antoine Watteau, óleo sobre tela y pintura característica del Rococó en Francia. Actualmente en el Schloss Charlottenburg.



En Francia, el Rococó mostró su rostro más característico, con un tratamiento leve, galante y sensual de sus temáticas privilegiadas, la pastoral, seguida de las escenas alegóricas y de los retratos. Sus figuras se presentan ricamente vestidas, colocadas contra telones de fondo rural, jardines o parques, un modelo tipificado en Fête galante (fiesta elegante), ilustrada muy bien en la obra de Watteau, donde los aristócratas pasan su tiempo libre en entretenimientos sofisticados en una atmósfera soñadora y no desprovista o exenta de connotaciones eróticas, lo que recuerda el mundo idílico que supuestamente existió en la Antigüedad clásica.
La pintura rococó es, ante todo, intimista y por ende no está destinada al público en general, sino que más bien su consumo fue dedicado a la nobleza ilustrada y ociosa de la burguesía más acomodada, teniendo un carácter eminentemente decorativo, reteniendo mucha inspiración de la literatura clásica. La técnica es sutil y tiende al virtuosismo, con pinceladas libres y que de cierta forma prefiguran el Impresionismo y una rica paleta de colores, con un predominio creciente de tonos claros, buscando efectos evocativos de la atmósfera.

La Gamme d'Amour (c. 1717), de Antoine Watteau. Actualmente en la National Gallery.

En esta estética del placer y la sensualidad había un atractivo especial, pero que fungía no como un componente de la narrativa del erotismo puro, sino más bien, como una excusa para que los artistas exploraran los límites de la representación, originando una tangibilidad que suscitase una respuesta sensorial global más inmediata e intensa, cosa que era de los parámetros para la calificación de una obra de arte en aquel tiempo, inscribiéndose como una concepción más amplia de la vida donde el despreocupado placer de vivir era la tónica. Lo que sugiere de una forma muy explícita, que el complemento más atractivo a la fantasía del público la presenta como un todo, cosa que se considera ofensiva, siendo el erotismo en la pintura rococó mucho más penetrante y eficaz que en composiciones en las que se ha agotado el significado desde el principio por lo obvio en que se plantean las referencias directas.

Óleo sobre lienzo de La vida de un libertino (c. 1732-1735), obra hecha por William Hogarth. Actualmente en el Sir John Soane's Museum en Londres.

El Rococó inglés fue un producto importado de Francia, y desde su introducción se volvió una moda, aunque la recepción del estilo en Inglaterra no estuvo exenta de contradicciones, una vez que históricamente las relaciones entre los dos países fueron marcadas por conflictos. Las élites, sin embargo, aprovecharon un período de paz, supieron separar cuestiones políticas de las estéticas, visitaron Francia como turistas, incentivaron la migración de artistas franceses e importaron gran cantidad de objetos decorativos y piezas de arte rococó, mientras que el resto de la población tendía a enfrentar todo lo que era francés con desdén. Sobre esta base popular aparecieron escritores satíricos como Jonathan Swift, y artistas como William Hogarth, con series en lienzo y grabados de fuerte crítica social como La vida de un libertino y el Casamiento a la moda, expusieron sin censura en una obra robusta y francamente narrativa los vicios de la élite francófila.
Aunque gran parte del Rococó germánico deriva directamente del francés, su principal fuente es el desarrollo del Barroco italiano, y en estos países la distinción entre ambos movimientos es más difícil y subjetiva.En Italia, patria del Barroco, este estilo continuaba atendiendo las necesidades de sensibilidad local, y el modelo del Rococó francés no fue respetado en su esencia, puesto que se alteró su alcance temático y sus énfasis significantes, expresándose principalmente en la decoración monumental. En el campo de la pintura, el mayor auge ocurrió en Venecia, alredor de la figura predominante de Giovanni Battista Tiepolo, célebre muralista que dejó obras importantes también al norte de los Alpes y en España. Su estilo personal era perfectamente una continuación del Barroco nativo, adoptando una paleta de colores leve y luminosa, construyendo formas vivaces, alegres y llenas de gracia y movimiento, que lo hicieron caer en la órbita del Rococó, a pesar de que su tono siempre es elevado y su temática muy a menudo abarcaba lo sagrado o glorificado. Otros nombres italianos dignos de nombrar son Sebastiano Ricci, Francesco Guardi, Francesco Zugno, Giovanni Antonio Pellegrini, Giovanni Domenico Tiepolo, Michele Rocca y Pietro Longhi, con una temática muy variada de la escena doméstica al paisaje urbano, pasando por alegorías mitológicas y obras sagradas.
Una de las principales figuras germánicas es Franz Anton Maulbertsch, activo en una vasta región de Europa Central y Oriental decorando numerosas iglesias, considerado como uno de los grandes maestros del fresco del siglo XVIII. Poseedor de un talento original, así como una de una técnica brillante y siendo un gran colorista, rompió los canones académicos y desarrolló un estilo fuertemente personalista de difícil categorización, muchas veces comparado a Tiepolo por la elevada calidad de su obra. Hacia el final del siglo, se desarrolló en Alemania una aversión por el supuesto exceso de artificialismo en el modelo rococó francés, al igual que ocurrió en algunos sectores del mundo artístico de Inglaterra -el mismo de la propia Francia-, y los nacionalistas alemanas recomendaban la adopción de modos sobrios, naturales e industriosos ingleses como un antídoto contra las «afectaciones teatrales» y la «suavidad de las falsas gracias» francesas.También deben ser incluidos como maestros importantes del Rococó germánico monumental Johann Baptist Zimmermann, Antoine Pesne, Joseph Ignaz Appiani, Franz Anton Zeiller, Paul Troger, Franz Joseph Spiegler, Johann Georg Bergmüller, Carlo Carlone, entre muchos otros, que dejaron una marca en sus obras en palacios e iglesias.


Giovanni Battista Tiepolo: Alegoría de los Planetas y de los Continentes, 1752.


Franz Anton Maulbertsch: Cristo y Dios Padre, 1758. Pintura iconográfica del movimiento Rococó en Alemania.


Jacques-Louis David: El juramento de los Horacios, 1784. Obra capital del Neoclasicismo ético, heroico y austero.

El baño de Diana, de Boucher (h. 1750, Museo del Louvre, París). El género mitológico se vuelve delicado y sensual.



Francisco de Goya:El parasol, 1777


Arquitectura Rococó


Palacio Solitude (Stuttgart), un exponente de la arquitectura Rococó en la Alemania meridional.


Una de las características del estilo Rococó será la marca de diferencia entre exteriores e interiores. El interior será un lugar de fantasía y colorido, mientras la fachada se caracterizará por la sencillez y la simplicidad. Se abandonan los órdenes clásicos, y las fachadas de los edificios se distinguirán por ser lisas, teniendo, como mucho, unas molduras para separar plantas o enmarcar puertas y ventanas. La forma dominante en las edificaciones rococó era la circular. Un pabellón central, generalmente entre dos alas bajas y curvas y, siempre que era posible, rodeado de un jardín o inmerso en un parque natural. Otras edificaciones podían tomar la forma de pabellones encadenados, en contra del típico edificio «bloque», propio de la etapa anterior.

En este momento la ventana aumenta progresivamente de medida, hasta la puerta-ventana o «ventana francesa», obteniendo una interrelación entre interior y exterior que consigue la ideal fusión con la naturaleza, con el paisaje y el entorno. Se descartan los marcos en ángulo recto, demasiado rígidos, y se adoptan ventanas arqueadas. Se elimina o reduce el uso de esculturas monumentales, limitándolas a la ornamentación de los jardines.


En cualquier caso, el aspecto más destacable de los interiores rococós es la distribución interna. Los edificios tienen estancias especializadas para cada función y una distribución muy cómoda. Las habitaciones se diseñan como un conjunto que, con una marcada funcionalidad, combinan ornamentación, colores y mobiliario.
Por su misma naturaleza, estas tendencias arquitectónicas tuvieron muy poco reflejo en las construcciones oficiales, fueran laicas o eclesiásticas. En cambio, el nuevo estilo fue perfecto para las residencias de la nobleza y la alta burguesía, las clases más ansiosas de cambiar según los nuevos cánones y las más dotadas de medios económicos para conseguirlo.


Escultura Rococó

Cupido de Edmé Bouchardon (1750).


La escultura es otra área en la cual intervinieron los artistas rococó. Étienne-Maurice Falconet (1716–1791) es considerado uno de los mejores representantes del rococó francés. En general, este estilo fue expresado mejor mediante la delicada escultura de porcelana, más que con estatuas marmóreas e imponentes. El mismo Falconet era director de una famosa fábrica de porcelana en Sèvres. Los motivos amorosos y alegres son representados en la escultura, así como la naturaleza y la línea curva y asimétrica.

El diseñador Edmé Bouchardon representó a Cupido tallando sus dardos de amor con el garrote de Hércules, un símbolo excelente del estilo rococó. El semidiós es transformado en un niño tierno, el garrote que rompe huesos se transforma en flechas que golpean el corazón, en el momento en que el mármol es sustituido por el estuco. En este periodo podemos mencionar a los escultores franceses Jean-Baptiste Lemoyne, Robert le Lorrain, Michel Clodion y Pigalle.


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